DIPLODOCUS
Historia de la pieza
Una tarde, de paseo con el señor Knuckles, subíamos por un sendero pequeño y angosto cerca de un pequeño acantilado. Es una zona preciosa; por debajo pasa un río de aguas bravas, estrecho, pero con muchas pozas de color verde turquesa.
Las paredes que caen encima de ese barranco rebosan de flores amarillas y crean una leve espuma en los bordes de la cascada, como las puntillas de los puños de una camisa.
Bajamos por la pequeña senda que llegaba al borde de la poza y allí nos dimos un buen baño, salimos del agua y yo me tumbé un rato a tomar el sol. Knuckles se echó a la sombra, después de empapar tres metros cuadrados de piedra al sacudirse el agua.
Me quedé observando el lateral de la cascada donde salpicaban las gotas de agua de forma que parecía llover. En un rincón había quedado al aire un trozo de chopo blanco erosionado por el agua. Parecía un fantástico fósil, como el cuello de un diplodocus fosilizado.
Es uno de los trozos más bonitos y curiosos que he trabajado nunca. ¡Y aquí está!